El Prestidigitador de Sueños. APERTURA RETI. (La Página 0, Marzo de 2011)

 

"Su turno". Víctor aun no ha salido del embrujo. Mira al suelo, para disimular. El tendero le repite.
- Su turno, joven.
Levanta la cabeza, lleva un rato tratando de robarle la fragancia a la joven que acaba de entrar. Con los ojos cerrados y los orificios nasales abiertos todo lo que ha podido, ha inhalado con fuerza, como para capturar ese olor solo para él. Víctor no puede ser feliz, pero esa sensación seguro se acerca a la felicidad.
- Cien gramos de azafrán y dos bolsitas de canela -dice con una voz de barítono que sabe llamará la atención de la joven.
Ella, entre tímida y educada se ha situado en un segundo plano, detrás de una mujer madura con bata de flores, bolsa del pan y un sobrepeso evidente. Víctor coge su bolsita, paga en efectivo y se dispone a salir. Dejándose llevar, al pasar por al lado de la chica le dice:
- No hace falta que esperes, no les queda levadura.
Silvia se sorprende de forma evidente. El resto de gente los ignora. La chica, sin embargo, mira a ambos lados sin entender nada. “¿Cómo sabe éste tío lo que voy a comprar?”, piensa. Entre avergonzada y sorprendida se dirige al tendero.
- Un sobre de Maizena, o de la levadura que tenga, por favor.
Víctor ya ha salido de la tienda. El repiqueteo de la campanilla de la puerta aún suena, el Sr. Ramón rebusca entre las cajas y los botes, de espaldas a la clientela.
- Lo siento, me parece que no nos queda levadura.
Silvia no se lo puede creer. Sale a prisa, la curiosidad guía sus pasos. Esquiva al perro de un joven que acaba de entrar, al dueño, finta ágilmente dos sacos de arroz y a la señora que espera apoyada en el carrito de la compra. La campanilla parece estallar del topetazo que pega a la puerta. Sale de golpe, casi jadeando después de cuatro o cinco pasos a la carrera. Víctor espera apoyado en una farola, sonriendo de medio lado.
- ¿¡Cómo lo sabías!?, dice Silvia, tomándose una confianza impropia en ella.
- ¿Cómo sabia el qué?.
Víctor no deja de sonreír, se esta divirtiendo.
- ¿Cómo sabías lo de la levadura? Que iba a comprar eso, que no quedaba... ¿Cómo lo sabías?.
Silvia trata de relajarse. Durante un momento se ha sentido ridícula. Salir corriendo de una tienda, abordar a un desconocido... "¿Qué estás haciendo Silvia?”, se pregunta.
- Mmmm -Víctor finge reflexionar- ¿Te has visto las manos? El dedo pulgar y el índice concretamente.
Silvia repara en unas cuantas manchas de chocolate y una mezcla de harina y huevo endurecida en sus uñas.
- Las tengo sucias, ¿y qué? -después de la escena pretende demostrar más carácter del que tiene.
- ¿Y qué?, que estabas haciendo una tarta, de cumpleaños supongo. Vas arreglada para cocinar un domingo, debes celebrar algo. Es por la mañana por lo que debe ser algo familiar, o no muy íntimo. Tienes las manos manchadas de chocolate, harina y huevo... No llevas chaqueta y estamos en invierno, seguramente has salido corriendo porque te falta algo de la receta y empieza a ser tarde. No creo que fuese azúcar porqué te habrías enterado antes. Podía ser mermelada o mantequilla, pero me parecía mas lógico que fuese levadura porqué no es algo que se utilice demasiado. Se te acaba y no te enteras hasta que la necesitas.
Silvia se percata de que tiene la boca abierta, la cierra esperando no haber parecido estúpida.
- ¿Y lo de que no les quedaba?, ¿Cómo lo sabías?.
- Vivo en este barrio desde que nací. Vengo a esta tienda día si, día también y, aunque quizá no te lo creas, yo también hago tartas. Se perfectamente el estante en el que guarda la levadura el Sr. Ramón. He mirado donde la tiene normalmente y he visto que no le quedaba. Así de sencillo.
Víctor se siente victorioso, la ha impresionado. La frase la acaba con un guiñó y amplía aun más su sonrisa. Silvia aún está asimilando toda la explicación, quiere preguntar algo, poner en duda alguna apreciación, pero no puede. “¡Que imbécil es éste tío!”, piensa.
- Bueno oye, que me he de ir. A doscientos metros por ahí –el chico señala una calle perpendicular – encontrarás una tienda de un paquistaní muy simpático que seguro que tiene levadura.
Silvia, sin pensar, y aún en estado de shock, dice:
- Pero... pero... ¿cómo te llamas?
- Víctor, pero eso no te ayudará a encontrar levadura. La tienda está allí. ¿Ves el semáforo?
Él está jugando sus cartas y sabe que lo está bordando. Ella, aún un poco perdida, empieza a recorrer la calle. A los cuatro pasos se gira. Víctor la está mirando, no ha dejado de sonreír en ningún momento.
- ¿El viernes a eso de las siete? -le dice de nuevo con una voz profunda.
- ¿Cómo? -pregunta ella ya repuesta.
- Para tomar un café, ¿si te va bien el viernes a las siete?
- ¡Ah!, eh... si me va bien.
- Muy bien, quedamos aquí a esa hora. Feliz cumpleaños Silvia...
Antes de que le responda, para un taxi y se mete rápidamente. Silvia se queda en medio de la calle, sola, impresionada, ridícula. “¿Cómo sabe que es mi cumpleaños? ¿¡Y cómo sabe que me llamo Silvia!?”. Baja la mirada mientras se acaricia las muñecas. Entonces lo entiende, la pulsera. Una esclava de plata con su nombre y su fecha de nacimiento grabados, un regalo de su abuela. “¡Qué imbécil es éste tío!”, piensa a la vez que sonríe.

ART.

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