Cruce (The clockwork melon Blog, agosto 2011)

 En un cruce de caminos, una señal metálica cuelga de una argolla oxidada. El viento la mece y su movimiento no hace mas de subrayar tu estupidez. “Muévete!”, te dices. “¿Hacia dónde?”, lees en la señal. El camino de vuelta ya no existe. A lo lejos, a tu espalda, ves el sol, el cielo azul, el fuego del ayer y la sonrisa del pasado. Quieres llorar y patalear y gritar y que se yo... Pero en cambio, solo haces que dar vueltas. El regodeo inútil de un inútil que no hace más que pensar. “Caminar es lo que toca”, te mientes. Una voltereta, para arrastrarte por el fango, hacer la vida cerda y vivir un rato de rodillas, y te crees que ya está. Caminas, corres, tientas a ciegas cuando el sol se apaga. De repente, un día, encuentras un camino. En él coincides con antiguos conocidos: Una tortuga que corre inmóvil para superar a... nadie, un pájaro carpintero que intenta clavar un clavo sin martillo y un par de ardillas que conspiran contra un rey muerto hace lustros. Es tu camino, o el de otro, que más da. Un paso, otro y otro mas. El camino se hace ancho. Pronto miras al cielo, miles de palomas vuelan hacia el sol, cientos de murciélagos hacia la luna, y tú, los conoces a todos. Llegas a un cruce, una señal metálica cuelga de una argolla oxidada. El viento la mece y su movimiento... te irrita. Saltas, con tanta fuerza que crees volar, levantas una pierna, después la otra y le asestas tal puntapié que el mundo se desmorona envuelto en un sonido metálico que reconoces. Sonríes con los ojos cerrados y llenas tus pulmones de tranquilidad. Has vuelto a romperlo todo.

ART.

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